sábado, 18 de julio de 2015

Sofocante ola de calor capitalista

El sofocante calor que estos días está asolando la península ibérica, no hace más que machacarnos y ahogarnos un poco más en la ardua labor de la supervivencia diaria a la que nos vemos sumidos los/as trabajadores/as. En cualquiera de estos últimos días, en la jungla de cemento, hormigón, ladrillo y alquitrán que es la capital, se han podido alcanzar máximas de más de 45 grados, mucho más de las que anuncian los medios de información.
Las olas de calor no es un fenómeno nuevo que haya empezado a existir ahora. El problema viene, en que se haya vivido hasta la fecha, una ola de calor de 15 días de duración precedida por una anterior, en el mes de junio. Este fenómeno, están haciendo que en regiones montañosas del norte de la península, con un clima de montaña, se puedan alcanzar casi los 40 grados de temperatura. Este fenómeno  se está caracterizando por la mayor frecuencia en el tiempo, y la intensidad. Y aun siendo esta situación una desgracia para la biodiversidad y el ser humano, hay quienes se benefician de esta situación, y puede decirse de que además la provoca.

El sofocante calor a diario, hace que tengamos que encender millones de aparatos de aire acondicionado, para pasar el día a día y dormir medianamente en condiciones, y así ser más productivos en nuestro puesto de trabajo.
 Millones de tiendas de ropa ponen desde muy temprano millones de aparatos de aire acondicionado alrededor de plazas duras donde se acumula un calor abrasador para incitar al consumo a través de la sensación de bienestar que provoca estar en la tienda frescos.
 Cada año millones de personas acuden a las costas del levante peninsular, asolado por la especulación inmobiliaria durante décadas para agolparse en las playas del mediterráneo; donde las urbanizaciones vierten toneladas de desperdicio al mar y, junto con otros factores, sube la temperatura del agua. Una de las consecuencias directas es que las playas se llenan de medusas, a falta de sus depredadores naturales. Para protegernos los ojos del sol necesitamos gafas de sol; necesidad promocionada por tantas y tantas empresas de fábricas y ventas de este tipo de objetos con un mercado propio. Debido al agujero de la capa de ozono (por el vertido de CFC al aire, siendo habitual en los aparatos de aire acondicionado), y la entrada de rayos ultravioletas, necesitamos cremas protectoras para evitar quemaduras y el cáncer de piel. Enfermedades que benefician de lleno a la industria farmacéutica. Deberemos untarnos estas cremas en nuestra piel cada vez que salgamos a la calle, vallamos a la montaña o estemos en la playa o piscina, para ponernos morenos siguiendo el canon estético determinado en esta época.
Si en vez de la playa, elegimos la montaña, encontraremos decenas de parajes en el interior de la península donde la naturaleza este domesticada, al gusto de las ofertas que ofrece la empresa a los/as aguerridos/as aventureros/as, o para quien busque la paz de la montaña; por supuesto lejos de molestos animales salvajes, que para eso ya está el zoo.
Si lo que nos gusta es la piscina, en las grandes ciudades donde viven millones de personas, podemos disfrutar de decenas de piscinas que gastarán millones de metros cúbicos de agua clorada, siendo  la época veraniega cuando las precipitaciones son menores. Podemos abrir el grifo del agua para gastar y gastar, siempre con el fantasma de la sequía a nuestras espaldas. Si la necesidad es de más agua, se pueden construir más presas que destruyan centenares de hectáreas de bosque y llevarse por delante los pueblos que hagan falta, y arrebatar a sus habitantes sus formas de vida. Además, con la ventaja de poder especular alrededor y urbanizar.
Que mejor para comer, que nuestra casi extinta dieta mediterránea. Para refrescarnos con una buena ensalada que, podemos comprar ya hecha. En Andalucía podemos encontrar miles de kilómetros de invernaderos de tomates que exportan a otros lugares, mientras importamos otros  tomates de otras partes del mundo, con su correspondiente gasto energético y polución.

Podemos seguir con tantas y tantas necesidades artificiales que acarrean las olas de calor, producidas por la desertización y  el sinsentido de la producción capitalista en todo el mundo.
Gastamos y gastamos y gastamos dinero, en productos y servicios que hace que se gaste cada vez más territorio y biodiversidad, con lo cual cada vez necesitaremos más y más por encontrar cada vez más carencias en el planeta. Un circulo vicioso de competencia y destrucción que se retroalimenta y consume todo lo que le rodea.
Ahora la famosa ardilla, en vez de saltar de árbol en árbol, se podría decir que lo puede hacer de tejado en tejado. Entonces… ¿De qué nos extrañamos?

Que estas fábricas y talleres se construyen, no para hacer negocio vendiendo cosas inútiles y nocivas,  sino   para   satisfacer   las   necesidades   desatinadas   de millones de europeos; y entonces los maravillará el ver con qué facilidad y en qué poco tiempo pueden cubrirse   nuestras   exigencia   de   vestidos   y   de   miles   de   artículos ,   desde   el momento   en   que   la   producción   se   encamine   a   satisfacer   verdaderas   necesidades   y   no   a engordar a los accionistas con crecidos dividendos,  o a derramar el oro  en el bolsillo  de los iniciadores   o  directores  en  grande.   Pronto   se  sentirán  interesados   en  ese  trabajo,   y  tendrán ocasión de admirar en nuestros hijos su vivo deseo de conocer la Naturaleza y sus fuerzas, sus insistentes preguntas respecto al poder de la maquinaria, y la rapidez con que se desarrolla en
ellos su genio inventivo.
Tal   es   el   porvenir,   ya   posible,   ya   realizable;   tal   es   el   presente,   ya   condenado   y   próximo   a desaparecer.   Y   lo   que   nos   impide   volverle   la   espalda   a   este   presente   y   marchar   hacia   el porvenir, o al menos dar los primeros pasos hacia él, no es la «deficiencia científicas», sino, lo primero,  nuestra estúpida  ambición  -la del  hombre que mató  la gallina  que ponía huevos de oro;-   después,   nuestra   inercia   mental,   esa   cobardía   del   entendimiento   tan   cuidadosamente amamantada en tiempos pasados.
Piort Kropotkin – Campos, fábricas y talleres

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